CIENCIA Y ESPIRITUALIDAD

Traducción de Teresa – teresa_0001@hotmail.com

Ciencia y Espiritualidad deben caminar juntas, pero no hay que mezclar todo en el mismo saco, pues son dos áreas distintas, que atienden a diferentes necesidades humanas (conocimiento y auto-conocimiento). ¿Cómo conciliarlas?
¡En nuestra mente, claro! Si la física cuántica es la mejor manera de que comprendas el mundo, no quieras que todos tengan que tragar las teorías de Bohm, Bohr y Hawkins gaznate abajo, como si fuesen la quintaesencia de la verdad, lo mismo que no está nada bien empujar teorías religiosas a quien no se interesa por ellas. La gran diferencia aquí es el prejuicio de los religiosos, que venden como “dogma” lo que debería ser “teoría”. Ciencia y religión son maneras de describir la realidad y, donde la ciencia se detiene (en el terreno del alma, de las relaciones humanas con el TODO), la filosofía religiosa debería ser tomada más en serio. Esa fue la propuesta de Kardec para el espiritismo, pero, bien, 150 años después la cosa ha desandado un poco… lo cual, por otra parte, no invalida la doctrina.

Científicos consagrados no ignoran el conocimiento religioso, y el propio David Bohm fue el primero en notar la semejanza entre su modelo del Orden Implícito y las religiones orientales. Y, antes de él, fue por reconocer la analogía entre el principio de la complementariedad y la doctrina taoísta del Yin-Yang que Niels Bohr eligió el símbolo del Tao para colocarlo en su blasón. Esto sin hablar de Albert Einstein.

Jung era un científico. Investigó diversos aspectos de lo que llamamos “esotérico” y encontró en él elementos que fueron traídos a la luz de la ciencia, para ser investigados, analizados, y que hoy son estudiados en las universidades, para posibilitar la comprensión humana de su propia mente. Mucha gente “exquisotérica” se sirve de Jung para justificar sus locuras, como si hubiesen sido activistas (como Lennon) y no investigadores. La idea de “unidad” de los esotéricos de la Nueva Era está basada en el concepto femenino de la Madre-Tierra, o Diosa-Madre, pasivo, que es opuesto al Dios varón y activo al que hemos aprendido a dar culto, y eso está en los estudios de Jung, donde el aspecto femenino de lo espiritual se menciona, pero no se hipervalora. El fallo es predicar una vuelta al viejo modelo, abandonando (y lo que es peor, negando) todo cuanto hemos aprendido hasta ahora con la influencia judeocristiana. Esto es correr de un polo al otro, cambiar una ilusión por otra. Por ello colocaré a continuación fragmentos del excelente artículo Jung y la Nueva Era: Un Estudio sobre Contrastes, de David Tacey:

Aunque Jung proféticamente viese que los contenidos “femeninos” y “paganos” estaban en ascensión en la psiquis occidental, nunca predicó que nos abandonásemos a estos contenidos; por el contrario, él sintió que la tarea de la individuación requería resistir a estas fuerzas colectivas y desarrollar una respuesta crítica a ellas. Cualquier movimiento colectivo que se identifica con un proceso arquetípico no va, virtualmente por definición, a entrar en acuerdo con el gusto junguiano, que está basado en la ética y estética de la individuación. El ataque de Jung a lo que él llamaba “identificación con la psiquis colectiva” es conveniente y deliberadamente ignorado por todos estos terapeutas, consultores, defensores y chamanes de la Nueva Era, que gustan de celebrar libremente e incluso “adorar” los contenidos arquetípicos nuevamente constelados.

La actitud de la Nueva Era es la de moverse con el fluir de los tiempos, admitir el reino del deseo y del ansia, estimular el movimiento pagano de la sociedad, pero agregar a este movimiento una dimensión sagrada o espiritual. La Nueva Era básicamente confiere “bendición espiritual” a tendencias y actitudes ya existentes en la cultura occidental: consumismo, hedonismo, materialismo y narcisismo. La Nueva Era no ofrece una crítica de la sociedad, sino que simplemente mitifica y tergiversa las cosas que ya nos preocupan. Así, en una sociedad occidental encharcada de sexo y obsesionada con el cuerpo, la Nueva Era propone “sexo sagrado” y argumenta que el cuerpo es “el templo del alma”. En una sociedad que se rige por deseos materiales y gratificación instantánea, la Nueva Era contempla la riqueza como símbolo de “opulencia espiritual” (en una reversión de la moral judeocristiana), y considera la “relajación profunda” como una búsqueda sagrada (revertiendo la santificación cristiana de trabajo y fatiga. La Nueva Era, como la secular tendencia dominante, dirige su nariz a la autoridad de la Iglesia, contempla el puritanismo como sombrío y embotado, y no está muy interesada en resucitar a nuestro recientemente fallecido Dios-Padre. Jung estaba empeñado en la tarea de restaurar el Dios Cristiano a la dignidad cultural y a la comprensión humana. El hombre de la Nueva Era quiere la Meta (unidad con lo divino) sin el Camino (la disciplina, ética, y auto-cancelación, que hacen posible tal unidad). Él quiere jubilosa unión sin el “sufrimiento de la cruz”, renacimiento espiritual sin tener primero que soportar la muerte espiritual. Está “enganchado” en lo sagrado, viciado en técnicas y prácticas espirituales, y su credo es: “Sigue tu beatitud“, de Joseph Campbell, como si todos fuésemos angelitos y todo lo que hiciésemos fuese bendecido (“Haz lo que quisieres pues todo es de la Ley“). Una respuesta junguiana sería la de dudar de la autenticidad de esta así llamada “espiritualidad” si está proyectada meramente para proveer gratificación instantánea para el ego. Jung vería cualquier optimismo sin fronteras como una defensa contra la oscuridad, y apoyaría al occidente cristiano en su énfasis sobre el sufrimiento inevitable. Según Jung, nunca se puede escapar al sufrimiento, pero se le debe abrazar y aceptar como parte de la condición humana (no es posible escapar de la propia sombra).

Jung habría reconocido en la Nueva Era una confusión fundamental entre el ego (self personal) y el alma (o Self en el sentido junguiano más amplio). En la verdadera práctica religiosa, es el alma la que encuentra remisión y liberación, puesto que es la parte inmortal de la persona. Paradójicamente, la salvación del alma es al mismo tiempo una mortificación del ego, de ahí la formulación: “el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mateo 16:25). En el pasado, la necesaria mortificación del ego ha sido confundida con la mortificación del cuerpo, de la sexualidad y de lo femenino, y esto surgió ampliamente a partir de la escisión, en la psiquis occidental, entre espíritu y materia. Pero hoy, con nuestro mayor conocimiento psicológico, estamos más cercanos al misterio cristiano, y percibimos que es el ego lo que ha de ser desplazado, de modo que la salvación pueda tomar lugar. En la Nueva Era, no hay verdadera separación entre el ego y el alma transpersonal; así, la primera fase en la verdadera conciencia religiosa no es adquirida; o, en vez de eso, se conduce un proceso religioso y en cada punto de esta jornada la vida espiritual se ve contaminada con los deseos y ansias del ego. En este camino la jornada espiritual queda corrompida, y degenera en un viaje de ego (egotrip). A medida en que el alma es liberada de sus grilletes y elevada a una realidad mayor, el ego quiere viajar juntamente con ella, y el éxtasis de la liberación del espíritu es un éxtasis que el ego desea para sí. De manera similar, el hambriento ego de la Nueva Era acecha la grandeza y poder de Dios, y se identifica con aquel poder, mirando a Dios como a cierto “recurso sobrenatural no represado” que puede ser utilizado para la “expansión de potencial humano”. Esta es una fantasía prometeica salvaje y sin límites, y la Nueva Era efectivamente cree en el fondo de su corazón que el hombre puede convertirse en Dios. Esto lo hubiera clasificado Jung probablemente como una espiritualidad psicótica, una espiritualidad en que el ego ha venido siendo inflado grotescamente a proporciones divinas. El papel secundario del ego no fue comprendido, y hay una profunda confusión psicológica y teológica acerca del significado de la vida y del papel de la humanidad en servir a lo divino. Intelectualmente, el hombre de la Nueva Era abraza una filosofía soñadora, paradisíaca, pero actualmente y de hecho, está lleno de quejas y amargura, porque nada parece caminar a derechas. La “pérdida del ego”, que debería estar sucediendo conscientemente, cae al inconsciente y, como cualquier cosa inconsciente, está proyectada hacia fuera, sobre los demás y el mundo.

Muchos esotéricos se jactan de decir que han abandonado el ego, y por consiguiente las cosas de la Tierra, en favor de un estilo de vida más puntualmente relacionado con la realidad del alma. No obstante, el ego no ha sido “desechado”, y por definición no puede ser desechado; ha sido meramente (con)fundido con la vida del alma. Este es el escenario psicológico para el notorio problema del egotismo desenfrenado, la emocionalidad, escisiones y competitividad que infestan los grupos, cultos, sectas, ashrams, clubes, sociedades y comunidades de la Nueva Era. Aunque todos estos grupos trabajen en el sentido de la trascendencia del ego a favor del alma, son frecuentemente destruidos por un egotismo secreto, oscuro y maléfico, que corroe los altos ideales y eventualmente causa el colapso de toda la edificación. Los devotos declaran que son “nada” ante lo divino, o sin valor ante el carismático profesor, pero en el telón de fondo hay feroces maniobras por privilegios y lugares especiales, por poder e influencia dentro del grupo. Ni tampoco es posible suprimir el impulso sexual por una “intensa devoción” a lo etéreo o por intereses paradisíacos. Lo que es objeto de negligencia o rechazo, volverá para visitarnos, y habitualmente lo hace con considerable violencia, de modo tal que el ashram local de la Nueva Era puede acabar como un cubil de iniquidad y perversiones de lo más diverso (obviamente justificadas con un contenido “espiritual”). Jung estaría de acuerdo en que hay una necesidad mayor de auto-conocimiento en la religión occidental, y en que demasiado frecuentemente encontramos excesiva “fe ciega” en el cristianismo, con muchas personas que adoptan creencias y doctrinas sin someter a prueba estos preceptos a través de la experiencia. Jung tolera mucho en el aparato espiritual de la Nueva Era: su énfasis sobre diversidad y pluralismo, sobre sabidurías pre y pos-cristianas, sobre meditación, introspección, y experiencia personal directa. Sin embargo, a menos que se adopte la actitud correcta, el aparato y las tecnologías de autoayuda son más que inútiles: son positivamente peligrosas. Sería mejor que el hombre de la Nueva Era cerrase su secta suburbana y volviese a su iglesia o sinagoga para aprender las lecciones de la humildad y la modestia. No puede haber transformación espiritual alguna, a menos que ego y alma estén firmemente diferenciados.

ouroboros mandala

En su deseo de sustituir el dualismo occidental con un nuevo holismo, la Nueva Era ha tomado un rumbo al que muchos llamarían “junguiano”. No obstante, Jung contrasta fuertemente dos diferentes tipos o modelos de totalidad:El primero, al que llama totalidad pre-consciente, es la totalidad del universo primordial y amorfo, indiferenciado como una sopa, que habría existido antes de la propia conciencia. En ella los pares de opuestos están fundidos (no porque hayan sido reunidos en una totalidad mayor, sino porque aún no han sido diferenciados unos de otros). Todo es “uno” porque los “muchos”, y los conflictivos pares de opuestos que constituyen los muchos, aún no han sido traídos a la existencia. Jung identifica esta totalidad original con el arquetipo de la Gran Madre, y estos que buscan el incestuoso “retorno a la madre” están dispuestos a idealizar esta condición primeva. Neumann desarrolló la hipótesis de Jung de la “gran rueda” llamando a este símbolo Uróboros, o la serpiente que se muerde su propia cola.

En contraste, Jung postuló (y defendió) un segundo tipo de totalidad, la Totalidad Consciente, en la cual los pares de opuestos, separados por el adviento de una conciencia polarizada y unilateral, vuelven a ser juntos en una unidad relativa. Esta totalidad, él lo había sentido, es el objetivo y punto final de la realización consciente. Su enfoque es el de que la integridad e identidad de los opuestos queda mantenida y respetada. La totalidad consciente no es un caos semejante a una sopa, sino una unidad claramente diferenciada, en la cual todas las diferencias y distinciones básicas han sido honradas, vividas y reconciliadas: “Sin la experiencia de los opuestos no hay experiencia de totalidad”, decía Jung, que ha visto en la Mandala oriental un “círculo mágico” en que son preservadas la integridad de las formas de vida, de las estructuras geométricas y de las figuras sagradas, como símbolo de la totalidad diferenciada que él tanto admiraba.

La Nueva Era aboga por un retorno a la Madre del Mundo, y su ansia por la unidad es el ansia del infante por la unidad con la madre. La Nueva Era no se ve como heredera de la cultura o de la historia de Occidente, y no está interesada en “completar” esa historia, sino meramente en suprimirla. La Nueva Era no afirma el pasado, sino que quiere comenzar todo de nuevo, construir un futuro más brillante, menos trágico, y está cansada del embate de los opuestos que constituye tanto de nuestra historia.
Jung argumentaría que no se puede hablar de totalidad hasta que la oscuridad o “sombra” de la naturaleza humana haya sido maduramente aceptada e integrada. He aquí dónde la Nueva Era traiciona su infantilismo y su fingida “totalidad”, porque el lado oscuro de la naturaleza humana es casi sistemáticamente ignorado. La Nueva Era está volando de la oscuridad y de la realidad del mal, contemplando a la oscuridad meramente como la ausencia de luz.

La era cristiana ha promovido una ética de perfección en su énfasis sobre la figura de Jesucristo, pero una era genuinamente nueva o venidera estará, para Jung, basada sobre una ética de la totalidad, cuyo foco no será Jesús, sino el Espíritu Santo: “El Espíritu Santo es una reconciliación de opuestos, y de ahí la respuesta al sufrimiento en el Ente Supremo que Cristo personifica”. Una Nueva Era del Espíritu, según Jung, presentará no la segunda venida de un Cristo humano, sino “la revelación del Espíritu Santo a partir del propio hombre”. La Era Venidera no destruirá el Cristianismo, sustituyéndolo por paganismo, sino que trascenderá el Cristianismo histórico sustituyendo la imitación de Cristo por la experiencia directa y viviente del Espíritu Santo. El propio Cristo insinuó (Juan 16:7-13) que el Espíritu Santo o Consolador habría de venir después de él, no sólo para derramar las lenguas del Pentecostés sobre sus discípulos, sino para impregnar a toda la humanidad con el “espíritu de la verdad”. Para Jung, por tanto, una comprensión correcta de la totalidad es esencial no sólo para nuestra salud psicológica personal, nuestro bienestar moral y ético, y nuestra sensación humana del sentido de la vida, sino que es el modelo por el cual participamos en la auto-evolución de lo divino. Y por esto Jung insiste, a través de sus escritos, en que debemos mantener la tensión entre los opuestos y movernos hacia delante; no debemos relajar la tensión de modo que los opuestos pierdan su definición y retornen al uróboros primevo (la tal sopa primordial): “Sin oposición no hay flujo de energía, no hay vitalidad. La falta de oposición conduce la vida a un estancamiento allí donde tal falta se produzca.” Jung no era un gurú de la Nueva Era que predicaba la profunda relajación y la disolución del estrés, sino que por el contrario, imploraba a los demás permanecer conscientes de las divisiones, fortalecer esto, y mantener a los opuestos en relación dinámica. Solamente entonces podrá la “función trascendente”, que en metapsicología junguiana sería el Consolador o Paráclito, venir en nuestro auxilio y hacer soportable la carga que sobrellevamos.

Entonces dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

Mateo 16:24

Fonte: STUM World

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