JUNG: PSICOLOGÍA Y RELIGIÓN ORIENTAL

Traducción de Teresa – teresa_0001@hotmail.com

“Entre nosotros, los occidentales, el hombre es infinitamente pequeño, mientras que la gracia de Dios lo es todo. En Oriente, por el contrario, el hombre es dios y se salva por sí mismo”

Carl Gustav Jung
JUNG: PSICOLOGÍA Y RELIGIÓN ORIENTAL

El que osa pensar en la relación entre el alma y la idea de Dios en seguida es acusado de psicologuismo o sospechoso de misticismo enfermizo. Oriente, por el contrario, tolera compasivamente estos grados espirituales “inferiores” en que el hombre se ocupa con el pecado debido a su ignorancia ciega respecto del karma, o atormenta su imaginación con una creencia en dioses absolutos, los cuales, si los mirase un poco más profundamente, percibiría que no son más que velos ilusorios tejido por su propio espíritu. Por eso, la psiquis es el elemento más importante, es el soplo que todo penetra, o sea, la naturaleza de Buda; es el espíritu de Buda, el Uno, el Dharma-Kaya. Toda vida brota de la psiquis y todas sus diferentes formas de manifestación se reducen a ella. Es la condición psicológica previa y fundamental que impregna al hombre oriental en todas las fases de su ser, determinando todos sus pensamientos, actos y sentimientos, sea cual fuere la creencia que profese.

De modo análogo, el hombre occidental es cristiano, independientemente de la religión a que pertenezca. Para él, la criatura humana es algo infinitamente pequeño, un casi nada. A esto se añade el hecho de que, como dice Kierkegaard, “El hombre está siempre en falta ante Dios”. El hombre procura conciliar los favores de la gran potencia mediante el temor, la penitencia, las promesas, la sumisión, la auto-humillación, las buenas obras y las alabanzas. La gran potencia no es el hombre, sino un “totaliter alter”, el totalmente otro, absolutamente perfecto y exterior, la única realidad existente. Si modificamos un poco la fórmula y en lugar de Dios colocamos otra grandeza, como por ejemplo, el mundo, el dinero, tendremos el cuadro completo del hombre occidental celoso, que teme a Dios, piadoso, humilde, emprendedor, codicioso, ávido de acumular apasionada y rápidamente toda especie de bienes de este mundo, tales como riqueza, salud, conocimientos, dominio técnico, prosperidad pública, bienestar, poder político, conquistas, etc. ¿Cuáles son los grandes movimientos propulsores de nuestra época? Precisamente las tentativas de apoderarnos del dinero o de los bienes de los demás y de defender lo que es nuestro. La inteligencia se ocupa principalmente en inventar “ismos” adecuados para ocultar sus verdaderos motivos o para conquistar el mayor número posible de presas. No pretendo describir lo que sucedería a un oriental, caso se olvidase del ideal de Buda. No quiero colocar, así, tan deslealmente, y para nuestra ventaja, el prejuicio oriental. Pero no puedo dejar de proponer la cuestión de saber si sería posible, o incluso conveniente para ambas partes, imitar el punto de vista del otro. La diferencia entre ambos es tan grande que nos e ve una posibilidad de imitarlos, y mucho menos aún la oportunidad de hacerlo. No se puede mezclar fuego con agua. La postura oriental idiotiza al hombre occidental, y viceversa. No se puede ser al mismo tiempo un buen cristiano y su propio redentor, del mismo modo que no se puede ser al mismo tiempo un budista y adorar a Dios. Mucho más lógico es admitir el conflicto, pues si existe realmente una solución, sólo puede tratarse de una solución irracional.

Por inevitable designio del destino, el hombre occidental tomó conocimiento de la manera de pensar del oriental. Es inútil querer despreciar esta manera de pensar o construir puentes falsos o engañadoras por sobre abismos. En vez de aprender de memoria las técnicas espirituales de Oriente y querer imitarlas, en una actitud forzada, de manera cristiana – imitatio Christi -, mucho más importante sería procurar ver si no existe en el inconsciente una tendencia introvertida que se asemeje al principio espiritual básico del Oriente. Entonces sí, estaríamos en condiciones de construir, con esperanza, en nuestro propio terreno y con nuestros propios métodos. Si nos apropiamos directamente de las cosas de Oriente, tendremos que ceder nuestra capacidad occidental de conquista. Y con ello estaríamos confirmando, una vez más, que “todo lo bueno viene de fuera”, donde debemos buscarlo y bombearlos para nuestras almas estériles. A mi modo de ver, habremos aprendido algo con Oriente el día en que comprendamos que nuestra alma posee en sí riquezas suficientes que nos dispensan de fecundarla con elementos tomados de fuera, y en que nos sintamos capaces de desenvolvernos por nuestros propios medios, con o sin la gracia de Dios. Pero no podremos entregarnos a esta tarea ambiciosa, sin antes aprender a actuar sin arrogancia espiritual y sin una seguridad blasfema. La actitud oriental hiere los valores específicamente cristianos y no sirve de nada ignorar estas cosas.

jung olhando

Si queremos que nuestra actitud sea honesta es preciso apropiarnos de esta actitud, con plena conciencia de los valores cristianos y conscientes del conflicto que hay entre estos valores y la actitud introvertida de Oriente. Es a partir de dentro como debemos alcanzar los valores orientales y buscarlos dentro de nosotros mismos, y no a partir de fuera. Debemos buscarlos en nosotros mismos, en nuestro Inconsciente. Así, entonces, descubriremos cuán grande es el temor que tenemos al inconsciente y qué violentas son nuestras resistencias. Es precisamente a causa de estas resistencias que ponemos en duda lo que para Oriente parece tan claro, o sea, la capacidad de auto-liberación propia de la mentalidad introvertida.

Este aspecto del espíritu es, por decirlo así, desconocido en Occidente, aunque sea la componente más importante del inconsciente. Podemos admitir con toda tranquilidad que la expresión oriental correspondiente al término “mind” (mente) se acerca bastante a nuestro “inconsciente”, mientras que el término “espíritu” es más o menos idéntico a la conciencia refleja. Para nosotros, los occidentales, la conciencia refleja es impensable sin un yo. Se equipara a la relación de los contenidos con el yo. El yo, por tanto, es indispensable para el procese de concienciación. El espíritu oriental, por el contrario, no siente dificultad en concebir una conciencia sin el yo. Admite que la existencia es capaz de extenderse más allá del período de aprendizaje del yo. El yo llega incluso a desaparecer en ese estado “superior”. Semejante estado espiritual permanecería inconsciente para nosotros, pues simplemente no habría un testigo que lo presenciase.

No pongo en duda la existencia de estados espirituales que trasciendan la conciencia. Pero la conciencia refleja disminuye de intensidad a medida que el referido estado la ultrapasa. No consigo imaginar un estado espiritual que no se encuentre relacionado con un sujeto, es decir, con un yo. Su poder no puede sustraerse al yo. El yo, por ejemplo, no puede ser privado de su sentimiento corporal. Por el contrario, mientras haya capacidad de percepción, deberá haber alguien presente que sea el sujeto de la percepción. Es sólo de forma mediana e indirecta como tomamos conciencia de que existe un inconsciente. Entre los enfermos mentales podemos observar manifestaciones de fragmentos del inconsciente personal que se han desligado de la conciencia refleja del paciente. Pero no tenemos prueba alguna de que los contenidos inconscientes se encuentren en relación con un centro inconsciente, análogo al yo. Antes, por el contrario, existen buenos motivos que nos hacen ver que un estado tal ni siquiera es probable.

El hecho de que Oriente ponga de lado al yo con tanta facilidad parece indicar la existencia de un pensamiento que no podemos identificar con nuestro “espíritu”. En Oriente, el yo desempeña ciertamente un papel menos egocéntrico que entre nosotros; sus contenidos parecen estar relacionados con un sujeto apenas flojamente, y los estados que presuponen un yo debilitado parecen ser los más importantes. La impresión que se tiene, igualmente, es la de que el Hatha Yoga sirve, ante todo, para extinguir el yo a través del dominio de sus impulsos no domesticados. No hay la menor duda de que las formas superiores de Yoga, al procurar alcanzar el Samadhi, tienen como finalidad alcanzar un estado espiritual en que el yo se encuentre prácticamente disuelto. La conciencia refleja, en el sentido empleado por nosotros, está considerada como algo inferior, es decir, como un estado de Avidya (ignorancia), mientras que aquello a que denominamos “telón de fondo oscuro de la conciencia refleja” se entiende, en Oriente, como conciencia refleja “superior“. Nuestro concepto de “inconsciente colectivo” sería, por tanto, el equivalente europeo del Buddhi, el espíritu iluminado.

De estas consideraciones podemos sacar la conclusión de que la forma oriental de la “sublimación” consiste en retirar el centro de gravedad psíquico de la conciencia del yo, que ocupa una posición intermedia entre el cuerpo y los procesos ideales de la psiquis. Las capas semi-fisiológicas inferiores de la psiquis son dominadas por la práctica de la ascesis, es decir, por la “ejercitación”, y, así, mantenidas bajo control. No son negadas o reprimidas directamente por un esfuerzo supremo de la voluntad, como ocurre comúnmente en el proceso de sublimación occidental. Por el contrario, se podría incluso decir que las capas psíquicas inferiores son ajustadas y configuradas por la práctica paciente del Hatha Yoga, hasta llegar al punto de no perturbar ya el desarrollo de la conciencia “superior”. Este proceso singular parece ser estimulado por la circunstancias de que el yo y sus apetitos son represados por el hecho de que Occidente atribuye mayor importancia al “factor subjetivo”. La actitud introvertida se caracteriza, en general, por datos a priori de la apercepción. Como es sabido, la apercepción está constituida por dos fases: la primera es la aprehensión del objeto y la segunda, la asimilación de la aprehensión a la imagen previamente existente o al concepto mediante el cual el objeto es “comprendido”. La psiquis no es una no-entidad, desprovista de cualquier cualidad. La psiquis constituye un sistema definido, consistente en determinadas condiciones y que reacciona de manera específica. Cualquier representación nueva, ya sea una aprehensión o una idea espontánea, despierta asociaciones que derivan del tesoro de la memoria. Éstas se proyectan inmediatamente en la conciencia y producen la imagen compleja de una impresión, aunque este hecho ya constituya, en sí, una especie de interpretación. Designa la disposición inconsciente, de la cual depende la calidad de la impresión, a que designo con el nombre de “factor subjetivo”. Éste merece el calificativo de “subjetivo” porque es casi imposible que una primera impresión sea objetiva. En general es preciso antes un proceso fatigoso de verificación, análisis y comparación, para que se pueda moderar y ajustar las reacciones inmediatas del factor subjetivo.

Pese a la propensión de la actitud introvertida a designar el factor subjetivo como “sólo subjetivo”, la prominencia atribuida a este factor no indica, necesariamente, un subjetivismo de carácter personal. La psiquis y su naturaleza son bastante reales. Como ya he señalado, ellas convierten incluso los objetos materiales en imágenes psíquicas. No captan las ondas sonoras en sí, sino el tono: no captan la longitud de las ondas luminosas, sino los colores. El ser es tal cual lo vemos y entendemos. Hay un número infinito de cosas que pueden ser vistas, sentidas y entendidas de las más diversas maneras. Abstracción hecha de los prejuicios puramente personales, la psiquis asimila acontecimientos exteriores de manera propia que, en último análisis, se basan en las leyes o formas fundamentales de la apercepción. Estas formas no sufren alteración, aunque reciban designaciones diferentes en épocas diferentes o en partes diferentes del mundo. A un nivel primitivo, el hombre teme a los magos y hechiceros. Modernamente, observamos a los microbios con igual miedo. En el primer caso, todos creen en espíritus; en el segundo, se cree en las vitaminas. Antiguamente, las personas eran poseídas por el demonio; hoy ellas lo son, y no menos, por ideas, etc.

El factor subjetivo está constituido, en último análisis, por las formas eternas de la actividad psíquica. Por eso, todo aquel que confía en el factor subjetivo está apoyándose en la realidad de los presupuestos psíquicos. Si, procediendo así, él logra extender su conciencia hacia abajo, de suerte a poder tocar las leyes fundamentales de la vida psíquica, estará en condiciones de entrar en posesión de la verdad que promana naturalmente de la psiquis, si ésta no se ve, entonces, perturbada por el mundo exterior no-psíquico. En cualquier caso, esta verdad compensará la suma de los conocimientos que pueden ser adquiridos a través de la investigación del mundo exterior. Nosotros, los de Occidente, creemos que una verdad sólo es convincente cuando puede ser constatada a través de hechos externos. Creemos en la observación y en la investigación lo más exacta posible de la naturaleza. Nuestra verdad debe conformarse al comportamiento del mundo exterior, pues, de lo contrario, esta verdad será meramente subjetiva. Al igual que Oriente desvía la mirada de las múltiples formas aparentes de Maya, lo mismo Occidente tiene miedo del inconsciente y de sus fantasías vanas. Oriente, sin embargo, sabe muy bien haberse con el mundo, pese a su actitud introvertida; Occidente también sabe proceder con la psiquis y sus exigencias, pese a su extroversión. Posee una institución, la Iglesia, que confiere expresión a la psiquis humana, mediante sus ritos y dogmas.

Por Carl Gustav Jung; Psicología y religión oriental (Ed. Vozes)

Fonte: STUM World

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